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En defensa del comic como medio expresivo

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No soy un fan religioso de los comics, pero trato de leerlos y seguirlos siempre que puedo, especialmente en aquellos casos donde creo que hay algún tipo de relevancia cultural especial. Pero hoy leí un artículo en el blog Comics.21 de Perú21 sobre el “fin de la inocencia” de los comics que me parecía ameritaba un mayor comentario.

Dicho simplemente, es un artículo particularmente paupérrimo y que, a simple vista, no amerita mayor análisis. Pero tanto formal como materialmente menosprecia tanto el comic como medio que tiene a pesar de ello que ser comentado, porque el aparato conceptual que usa para describir el propio medio que dice celebrar puede aplicarse con las mismas nefastas consecuencias a otras formas que podríamos llamar “emergentes”. El comic ha existido y se ha desarrollado por muchísimas décadas pero para muchos es aún una forma infantilizada, un medio estructuralmente incapaz de alcanzar la madurez conceptual, y es precisamente esa perspectiva la que se explaya en este artículo: la misma que se utiliza, con variaciones sutiles, para decir cosas como que los videojuegos no pueden ser arte o que las interacciones en línea son menos reales que las interacciones físicas.

En términos materiales, el argumento es insostenible: en resumen, el artículo busca implicar que porque en los últimos años las temáticas de los comics han venido a complicarse moralmente al introducir diferentes dimensiones de la sexualidad de sus personajes o sus implicaciones culturales y políticas, o escenas e historias mucho más cargadas de formas de violencia, esto representa algún tipo de “pérdida de la inocencia” del medio. Y, sin intentar velar mucho la condena, pretende dar a entender que esto ha llevado a una suerte de empobrecimiento del medio al volverlo “menos universal” por introducir temas que, desde su punto de vista, deberían limitarse a públicos adultos y no encajan dentro de la naturaleza más bien joven que ha distinguido a los comics.

De entrada eso es un argumento estrecho e históricamente insostenible. Nada determina que un medio, en este caso el comic, deba ceñirse a una sola línea temática o a un solo tipo de contenidos y no explorar otras dimensiones desde su propia propuesta estética. Siempre que he intentado explicar este tema, he vuelto sobre Watchmen, el comic de Alan Moore y Dave Gibbon publicado en 1987, donde me parece que se cristaliza un giro en la complejidad narrativa del comic que se venía construyendo desde muchos años antes. Lo singular de Watchmen es que utiliza al personaje arquetípico del comic, el superhéroe, para diluir la distancia que existe entre el lector y el personaje en términos de autoridad moral respecto a los acontecimientos que desarrolla: el superhéroe no es de ninguna manera mejor o superior al individuo lector, y su participación de los acontecimientos que experimenta no es más que una total contingencia histórica. Por lo mismo, los superhéroes no son de ninguna manera moralmente superiores, y nada legitima a Superman para defender a Metrópolis ni a Batman para utilizar su inmensa fortuna para permitirse salir a cazar criminales por las calles de Ciudad Gótica. En su misma concepción originaria, los superhéroes inevitablemente cuestionan el monopolio de la violencia del Leviatán y la capacidad del Estado moderno para efectiva y legítimamente defender a sus ciudadanos frente a amenazas cada vez más inconmensurables (p.ej. al observar a Iron Man como el crecimiento desmesurado del complejo militar-industrial). Lo importante de Watchmen no es que introduzca por primera vez superhéroes moralmente complejos y ambiguos, sino que al hacerlo revela que aquella lectura que vio a los héroes del pasado como paradigmas morales era simplemente ingenua. En otras palabras, Watchmen no es tanto el fin de la edad de la inocencia como la revelación de que nunca hubo tal inocencia, sino simplemente un muy complejo autoengaño.

Creo que el meollo homofóbico y conservador del argumento del artículo de Comics.21 no amerita mayor comentario: presupone que la sexualidad y, particularmente, la homosexualidad son “temáticas adultas” que no deberían ser presentadas a públicos más jóvenes, lo cual me parece ridículo. En primer lugar porque no hay mayor sustento a por qué serían “temáticas adultas” más allá del presuponer que lo son, ni mucho menos dep por qué presuponer que no deberían ser temas compartidos y discutidos con niños y jóvenes, cualquiera que sea el medio para hacerlo. Más allá de eso, no sólo el comic no es “inocente”, sino que no tiene por qué serlo, y creer que lo ha venido siendo es partir de una definición esencialista y moralista de lo que el comic es o debería ser que no tiene por qué condecirse con la realidad.

Pero en considerarlo como tal se revelan también las falencias formales de este tipo de análisis. Primero, al partir de asignarle al comic algún tipo de lugar inferior en algún tipo de ordenamiento jerárquico de las formas expresivas. La infantilización del comic toma la forma de afirmar que porque ha sido un medio tradicionalmente orientado hacia jóvenes, sus temáticas deberían mantenerse moralmente neutras – algo que es insultante tanto para los comics como para los jóvenes, al negárseles a priori la capacidad de comprensión, exploración y discusión de cualquier tipo de temática. ¿Por qué estaría mal que un comic exprese una historia particularmente violenta? Cierto, uno podría objetar respecto a la calidad o al tratamiento que hace de esa violencia y su justificación dentro de la narrativa, pero no me parece legítimo cuestionar el hecho mismo de utilizarla, como si la realidad nos viniera edulcorada porque quisiéramos que fuera de otra manera, o como si al querer expresarnos a través de comics tuviéramos forzosamente que edulcorarla como autores o como lectores. Esto es sólo un empobrecimiento voluntario de las múltiples potencialidades que ofrece un medio, y singularmente, de la capacidad de involucramiento del lector, y del juego con el espacio y el tiempo que ofrece el comic, como señala Scott McCloud en su clásico, Understanding Comics: The Invisible Art.

Quizás lo que más me llamó la atención fue la ausencia total de alguna forma de conciencia histórica, que no quiere decir un conocimiento de los elementos históricos de un medio. Más aún, me quedó clarísimo que el conocimiento de la historia misma de un medio no se traduce automáticamente en la capacidad de análisis y explicación del mismo: aunque mi capacidad para analizar y entender comics en su contexto y significado cultural se enriquecerá progresivamente mientras más comics leo, lo inverso no es automáticamente cierto: de solamente leer y conocer más comics, no se sigue una capacidad para posicionarlos en el espacio y el tiempo para asignarles una comprensión cultural significativa. Por ponerlo de manera más formal y esquemática: ¿Hay eruditos del comic que son también grandes comentaristas del comic como medio? Por supuesto. ¿Pero todos los eruditos del comic son también grandes comentaristas del comic como medio? De ninguna manera.

Y eso se refleja en la incapacidad (o la indisposición) a entender la manera como un medio evoluciona con el tiempo, con sus autores y con sus espectadores. El teatro griego no es el teatro de Shakespeare que no es el teatro del siglo XXI. La pintura medieval no es la pintura renacentista que no es el cubismo de Picasso. Nuestros medios expresivos responden a diferentes patrones y momentos y necesidades culturales, y los adscribimos dentro de una tradición porque guardan suficientes “aires de familia”, como diría Wittgenstein, con las manifestaciones que las antecedieron, que tiene sentido asumir que hay entre ellas una continuidad de algún tipo. El comic sexual, el comic violento, el comic adulto, no son menos comic que ninguno anterior. Eso no quiere decir que estén exentos de crítica o valoración, pero sí quiere decir que su valoración no puede partir de afirmar que “no son como los anteriores”. Eso es negarle a un medio la capacidad para evolucionar y explorar nuevas extensiones a su lenguaje.

Este tipo de lenguaje conservador y esencialista se usa para describir todo tipo de expresiones mediáticas. Cuando decimos que un videojuegos es principalmente un juego, más cerca del juguete que de la película o de la novela, nos estamos cerrando a toda una nueva oportunidad de experimentar una innovación expresiva frente a nosotros. Cuando decimos que un comic no debería tratar temáticas moralmente arriesgadas o claramente definidas, estamos básicamente diciendo que no creemos que el comic sea un medio que debiera permitirnos la reflexión y la discusión. Y por extensión, que quienes consumen y producen esos medios no deberían, por alguna razón, tener acceso a esa reflexión y discusión a través de ese lenguaje en el cual se sienten cómodos y cuya gramática saben manejar. No me parece que sea un argumento sostenible, sino que es un argumento que, primero, presupone su propia conclusión (parte de decir que ciertos temas no deberían tocarse para decir que ciertos temas no deberían tocarse), y segundo, infantiliza un medio sin tener ningún tipo de conciencia histórica sobre su propia complejidad, evolución y potencial.


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